lunes, 22 de julio de 2013

MARÍA MAGDALENA, UNA LOCA DE AMOR

La liturgia de la Iglesia no duda en aplicar a María Magdalena estas palabras del Cantar de los Cantares: “Me levantaré y daré vueltas por la ciudad, y buscaré por las calles al amado de mi alma. Le busqué, mas no le hallé. Encontráronme los guardas que rondan la ciudad, y les dije: ¿No habéis visto al amado de mi alma? Dejélos, y a pocos pasos encontré al que ama mi alma. Le así para no soltarlo…” (Cant. 3, 2-6). Buscó con amor, lloró con amargura, perseveró con firmeza; y mereció el privilegio de ser la primera en ver la gloria de Jesucristo resucitado. El mismo Tomás de Aquino, en su comentario al Evangelio de San Juan, ha querido señalar tres aspectos de la admirable y amorosa devoción de la Magdalena por su Señor. En primer lugar se trata de una devoción llena de constancia, pues mientras los discípulos se retiraron pronto del sepulcro María Magdalena, llevada de un afecto más fuerte y vehemente, permanece allí, cercana al sepulcro. En segundo lugar la profundidad de su devoción viene manifestada por la abundancia de sus lágrimas; finalmente su devoción se hace más y más patente por la diligencia con que buscó al Señor hasta encontrarlo (Cfr. In Io. Evan., C. XX, lect. 2). Todo un grandioso ejemplo de búsqueda de Cristo por parte de un alma en extremo enamorada.

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