sábado, 2 de noviembre de 2013

EL DIES IRAE: UNA JOYA LITÚRGICA DIGNA DE MEDITACIÓN

La vieja secuencia de la misa de difuntos conocida como Dies iræ, compuesta con probabilidad en el siglo XIII por el franciscano Tomás de Celano, amigo y biógrafo de San Francisco de Asís, es una pieza litúrgica y teológica de inusitada riqueza. No obstante su uso por más de seis siglos, fue suprimida del misal romano en la reforma postconciliar. Como expresión acabada de aquella piedad medieval que nutrió durante siglos nuestra civilización cristiana, debió parecer a los nuevos reformadores una secuencia demasiado tétrica para la sensibilidad moderna. Quizá por su antigüedad y veneración no se la sepultó del todo, pero su uso quedó relegado a la más mínima expresión en la actual Liturgia de las Horas. Recobrar esta joya litúrgica -más si es cantada- con toda su fuerza dramática, me parece un medio eficaz para detener la invasión de ese sentimentalismo, de escaso valor teológico y espiritual, que se apodera cada vez más de nuestras celebraciones fúnebres. Cuando una civilización pretende domesticar mediante la exaltación del sentimiento las profundas y radicales cuestiones que nos plantea la muerte, es señal de que ella misma está mortalmente enferma. El mes de noviembre, dedicado a rogar por nuestros fieles difuntos, es buena oportunidad para meditar esta secuencia. Nadie nos asegura que el dies irae será sin más un dies misericordiae. Es preciso clamar: Voca me cum benedictis! llámame con los bienaventurados. 
  1. Día de ira, aquel día, que reducirá este mundo a cenizas, como profetizaron David y la Sibila.
  2. ¡Cuánto terror sobrevendrá cuando venga el Juez a pormenorizar todas las cosas con estricto rigor!
  3. La trompeta, esparciendo un admirable sonido por todos los sepulcros del mundo, reunirá a todos ante el trono. 
  4. La muerte y la naturaleza quedarán estupefactas cuando resuciten las criaturas para responder a su Juez.
  5. Saldrá a la luz el libro escrito que todo lo contiene, por el que el mundo será juzgado.
  6. Cuando al Juez le parezca oportuno, todo lo oculto saldrá a la luz; nada quedará impune.
  7. ¿Qué podré yo, miserable, decir entonces? ¿A qué protector invocaré, cuando apenas los justos están seguros?
  8. Rey de tremenda majestad, que salvas gratis a quienes van a ser salvados, sálvame, fuente de piedad.
  9. Recuerda, piadoso Jesús, que soy la causa de tu venida, no me pierdas aquel día.
  10. Buscándome, te sentaste cansado; me redimiste padeciendo muerte de cruz; no sea vano tanto esfuerzo.
  11. Juez que castigas justamente, hazme el regalo del perdón antes del día del juicio.
  12. Gimo como un reo, se enrojece mi rostro por el pecado, perdona, Dios, a quien te implora.
  13. Tú, que absolviste a María Magdalena y escuchaste al ladrón, también a mí me diste esperanza.
  14. Mis ruegos de nada valen, pero tú que eres bueno, sé misericordioso: que no me queme en el fuego eterno.
  15. Dame un lugar entre las ovejas y separándome de los cabritos colócame a tu diestra.
  16. Rechazados ya los condenados, y entregados a las duras llamas, llámame con los bienaventurados.
  17. Suplicante y humilde te ruego, con el corazón casi hecho ceniza: toma a tu cuidado mi destino.
  18. Día de lágrimas será aquel en que resurja del polvo el hombre culpable para ser juzgado.
  19. Perdónale pues, oh Dios. Piadoso Señor Jesús: dales el descanso eterno.



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