viernes, 12 de septiembre de 2014

UN ENCUENTRO CON LA MISA TRIDENTINA

En un simpático y sugerente artículo, La Misa no ha terminado, Deo gratias, publicado en La Nuova Bussola Quotidiana, el escritor italiano Rino Cammilleri nos cuenta, en medio de graciosos recuerdos, la impresión que le ha causado su reciente encuentro con la liturgia tradicional, en la pequeña iglesia de su pueblo veraniego. Un texto para disfrutar y pensar.

LA MISA NO HA TERMINADO, DEO GRATIAS 
por Rino Cammilleri

Declaro que en lo que voy a decir no hay ninguna intención de polemizar, porque las disputas intraeclesiales no me apasionan. Más bien me molestan. Son cosas de sacerdotes, en la que los laicos, en mi opinión, mientras menos abran la boca, mejor. Con demasiada frecuencia los sacerdotes se comportan como si la Iglesia fuera "cosa suya" y responden enojados cuando se les critica. Desde hace cincuenta años, es decir desde los tiempos del Concilio, que el clero se llena la boca con el famoso "papel de los laicos", pero luego, a fin de cuentas, el papel de los laicos lo querrían siempre así: de rodillas, obedientes y abiertas las carteras.
Tengo ahora una cierta edad y confieso que, cuando oigo hablar o leo sobre disputas acerca del Concilio cambio de canal o de página o hago clic en cualquier otra cosa. Dígase lo mismo para la Misa, si nuevo rito o rito antiguo, si rito extraordinario, si progresismo o tradicionalismo. Serán los años, pero estoy cansado desde hace tiempo. Cuando mi abuelo tenía la edad que yo tengo ahora y era un niño, solía decirme siempre: mantente lejos de los sacerdotes; hónralos, reveréncialos  y salúdalos por la calle, besa su mano (entonces se usaba) y asiste a Misa, pero no te mezcles con ellos. Con sorpresa, convertido en escritor, me di cuenta de que el Padre Pío era de la misma opinión. No soportaba a los laicos que zumbaban alrededor de las sotanas: entonces se llamaban "beatos", hoy "comprometidos en la pastoral." El santo decía, con su acostumbrada brusquedad: "o dentro o fuera." Es decir, si te gusta el ambiente, entra en el clero, si no, sal de la sacristía y sé de verdad un laico.
La experiencia es aquella cosa que cuando ya la has hecho, notas que es demasiado tarde. De hecho, hoy sé –por experiencia- que, tanto mi abuelo (hombre muy religioso) como el Padre Pío (santo, asceta y místico) tenían razón. Ambos pasaron sus apuros por culpa del clero: las vicisitudes del Padre Pío son conocidas (reléase mi libro La vida del Padre Pío, Ed. Piemme, reimpreso varias veces), y mi abuelo (que era comerciante) salió medio arruinado económicamente por haberse fiado de unos sacerdotes en un negocio. Dicho todo esto, voy  al grano.
Desde hace muchos años que en mi mente la Misa dominical está asociada a una hora de martirio que con gusto preferiría evitar. Tedio. Tristeza. Homilías banales e interminables. Cancioncillas pop con letra estúpida. Agotadoras y retóricas invocaciones al Padre eterno que terminan con un "escúchanos Señor". Sudorosos signos de paz. Ridícula mini procesión para llevar "los dones" al altar. Avisos parroquiales kilométricos para escuchar de pie antes de la bendición final (es decir, abusivamente incorporados en la liturgia). Un "Demos gracias a Dios", que es (para mí) un grito de alivio antes de salir -¡finalmente!- para ver las estrellas. Repito: ningún afán de polémica. Solo se trata de mis personales sensaciones.
Ahora, sin embargo, he descubierto que en la pequeña ciudad sobre el Lago Maggiore, donde suelo pasar el verano hay un sacerdote que dice la Misa antigua. Una sola, el sábado por la tarde. Fui allí por curiosidad. Sí, porque cuando regía el viejo rito no solía ir, así que para mí era una verdadera novedad. Asombro: el celebrante hacía casi todo el solo, los asistentes debían "responder" en raras ocasiones. Silencio. El centro de todo era el tabernáculo, no  el show del sacerdote. Uno, en un rincón, entonaba los antiguos himnos en latín y -sorpresa- alguna cosa me derretía por dentro. No me daba cuenta del paso del tiempo, me encontraba atento y concentrado como nunca, realmente estaba “participando”. Salí incluso traspasado por un sentido de lo sagrado que nunca antes había experimentado. Había a disposición unos libros para seguir la Misa, aquellos con cintas de color rojo para señalar las páginas. Yo no entendía mucho, pero -otra sorpresa- una bengalesa sentada a mi lado, captando mi dificultad, comenzó a indicarme los pasos correctos.
¡Una bengalesa! El 5 de agosto, una lectora romana me escribió contándome de la Misa a la que había asistido por la mañana en la Basílica de Santa María La Mayor. Cada año, en el aniversario de la fiesta, se celebra solemnemente en latín. Escribe la lectora: "Me encontré cantando y respondiendo junto a una pareja de jóvenes alemanes y dos negras americanas que conocían a la perfección las partes de la misa en latín, tanto rezadas como cantadas; lo mismo me sucedió hace años con unos japoneses; y este es un modo verdaderamente conmovedor de sentir y experimentar la catolicidad de la Iglesia". Desde luego: para «ponerse al día» con los años sesenta -del siglo pasado- la Iglesia renunció a su lengua sagrada (mientras que el judaísmo y el islamismo mantienen rigurosamente la suya). El resultado de lo que Vittorio Messori definió en una entrevista como "un golpe clerical" es que si recorro, que sé yo, España, tengo que asistir a Misas en catalán, castellano, euskera y así sucesivamente.
En el turista católico con dificultad advierto a un hermano y la "catolicidad" de la que hablaba la lectora se convierte en teoría, no en un sentimiento palpable. Perdón, pero nosotros también estamos hechos de cuerpo. En aquella pequeña iglesia en el Lago Maggiore he visto a un sacerdote que llevaba a Dios las oraciones del pueblo que estaba detrás de él en religioso (es el caso de decirlo) recogimiento. Naturalmente –me ha contado después- se ha enemistado con el obispo y con todos los colegas de la diócesis a causa de su obstinación –llamada de "lefebvriana"- de  querer celebrar una (¡solo una!) Misa a la semana según el motu proprio de Benedicto XVI. Pero tranquilos, cuando haya terminado el verano y esté de regreso en la ciudad no tengo ninguna intención de recorrer kilómetros para ir a buscar una Misa de rito "extraordinario" (sic!). Ofreceré, como siempre, mi pena dominical al Señor en la parroquia acostumbrada, en descargo de mis pecados.

Traducción: El Búho Escrutador
Versión original en italiano: La Nuova Bussola Quotidiana
Otra versión en español: Religión en Libertad

No hay comentarios:

Publicar un comentario