jueves, 21 de enero de 2016

DAVID Y LA FUERZA DE LA FE

En la primera lectura de la misa de ayer la liturgia nos presentaba el aleccionador pasaje del combate entre David y Goliat. Entre tantos detalles con que el autor sagrado ha recreado este famoso episodio, sobresalen como dignas de meditación las palabras que el joven David dirige al gigante Goliat antes de entrar en batalla. Dice la Escritura:

“David replicó al filisteo: Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina. Yo, en cambio, voy a ti en el nombre del Señor de los ejércitos, del Dios de las huestes de Israel, a las que has escarnecido. Hoy el Señor te va a entregar en mis manos, te venceré y te arrancaré la cabeza; hoy mismo les daré tu cadáver y los cadáveres de los campamentos filisteos a las aves del cielo y a las fieras de la tierra para que todo el mundo sepa que hay un Dios en Israel. Y toda esta asamblea conocerá que el Señor obtiene la salvación no con espada y lanza: que del Señor es esta guerra y Él os entregará en nuestras manos”. (1 Samuel 17, 45-47)

No obstante su condición de adolescente desconocido y de su impericia en la guerra, David no duda en hacer frente al enemigo de Israel, depositando toda su confianza en Dios. La fuerza de su fe -voy a ti en el nombre del Señor de los ejércitos, porque del Señor es esta guerra- le da la certeza de la victoria. Como dice San Agustín: “En el nombre del Señor omnipotente, así, y no de otra manera; solo así se vence al enemigo del alma. Quien lucha con sus propias fuerzas, antes de comenzar la batalla, ya está derrotado” (sermón 153, 9).
La arrogancia y altanería de los enemigos del alma y de la Iglesia, tan bien representada en la figura de Goliat, nunca nos debe hacer retroceder, sino como dice el Apóstol, vestirnos de toda la armadura de Dios (Efesios 6, 11), conscientes de que nuestra fe es la victoria que ha vencido al mundo (1 Juan 5, 4).


miércoles, 13 de enero de 2016

CELEBRAR CON TEMOR Y REVERENCIA


Dirigida particularmente a los sacerdotes, recojo esta enseñanza del Beato Columba Marmión sobre el profundo respeto que debe acompañar al ministro de Dios cuando celebra los sagrados misterios.

“En el altar no podemos perder nunca de vista la majestad inmensa, insondable, infinita del Dios tres veces santo, a quien se ofrece el sacrificio: Suscipe, sancte Pater… Suscipe, sancta Trinitas… So pena de faltar a la verdad ante el Señor, la criatura debe mantenerse en la adoración y el anonadamiento, y en ninguna parte tanto como en la misa debe estar penetrada de estos sentimientos. Como lo he demostrado repetidas veces, el divino sacrificio exige ser celebrado cum metu et reverentia. Es, por esencia, un acto de culto que reconoce los derechos absolutos de Dios, un homenaje a su plena soberanía. Cristo ofrece su sacrificio de la cruz con esta íntima reverencia hacia el Padre, con ese respeto religioso que, en un acto tan sagrado, conviene al pontífice no menos que a la víctima. Cuando nos llegamos tan cerca de la divinidad, unámonos a estos sentimientos del corazón de Jesús”. (C. Marmión, Jesucristo ideal del sacerdote, Buenos aires 1954, p. 262)

lunes, 4 de enero de 2016

EL PROFUNDO SENTIDO DE UN GESTO LITÚRGICO


Dice una rúbrica de la Misa antigua que después de ofrecer el Cáliz el sacerdote hace un signo de la cruz con el mismo Cáliz y lo posa luego sobre los corporales. En este gesto, desgraciadamente desaparecido en la forma ordinaria del rito romano junto a otros tantos signos de la cruz, Jean Daniélou, cardenal y teólogo de renombre, ve una profunda significación litúrgica que revela un aspecto central del Santo Sacrificio de la Cruz renovado en la Santa Misa: su carácter universal y cósmico.

“Este aspecto universalista de la Cruz –dice Daniélou-está simbolizado, en la Misa, en el momento en que el sacerdote, después de haber ofrecido el Cáliz diciendo pro totius mundi salute –“por la salvación del mundo entero”-, traza con él un gran signo de la cruz sobre el corporal. Por este gesto toma posesión –en cierto modo, y en nombre de la Cruz- de todo el mundo, representado por las oblata, por las ofrendas, y lo consagra de este modo al Padre por el signo de Cristo. Este signo de la Cruz, pro totius mundi salute, viene a significar el carácter cósmico de la salvación: señala los cuatro puntos cardinales, abarcando en sí todos los pueblos: los del Norte y los del Mediodía, los de Oriente y los de Occidente; ése es el totius mundi, por el cual se ofrece el sacrificio de la Misa, el sacrificio de la Cruz”.
Este simbolismo, si se encontrara aislado podría parecernos un tanto extraño y misterioso, y podríamos preguntarnos si realmente a este gesto corresponde tal significación, pero es interesante comprobar que es un tema tratado con frecuencia por los Santos Padres. La idea de que la Cruz representa el carácter universal del sacrificio de Cristo aparece en varios pasajes muy notables”. (Jean Daniélou, Trilogía de la Salvación, Madrid 1964. p. 229)