sábado, 7 de mayo de 2016

UN MISTERIO SUBLIME, RAZONABLE Y ÚTIL

Recojo a continuación el comentario de Santo Tomás de Aquino al artículo sexto del Símbolo de los Apóstoles: «Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre». El Doctor Angélico nos muestra la sublimidad, conveniencia y utilidad de este admirable y postrer misterio de la vida de nuestro Señor en la tierra.


“Después de creer en la Resurrección de Cristo, hay que creer en su Ascensión, por la que subió al cielo a los cuarenta días. Por ello se dice: Ascendió a los cielos.
Acerca de lo cual hay que notar tres cosas: que esta ascensión fue sublime, razonable y útil.

A) Ciertamente fue sublime, porque subió a los cielos. Y esto se explica de tres formas.
Primero, subió por encima todos los cielos corpóreos. El Apóstol dice en Ef 4, 10: «Ascendió sobre todos los cielos». Lo cual comenzó primeramente en Cristo, pues antes el cuerpo terreno no estaba más que en la tierra, tanto que el mismo Adán no estuvo sino en el paraíso terrenal.
Segundo, subió sobre todos los cielos espirituales, a saber, sobre los seres espirituales: «Colocando a Jesús a su derecha en los cielos sobre todo principado, potestad, virtud y dominación y sobre cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies» (Ef 1, 20).
Tercero, subió hasta el trono del Padre: «He aquí que venía sobre las nubes del cielo uno como Hijo del hombre y llegó hasta el Anciano de días» (Dan 7, 13); y Mc 16, 19 dice: «Y en verdad el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y está sentado a la derecha de Dios».

Pero en Dios la diestra no se toma corporalmente, sino en sentido metafórico; en cuanto Dios, estar sentado a la derecha del Padre, significa ser de la misma categoría que Éste; en cuanto hombre, quiere decir tener la absoluta preeminencia. Esto lo pretendió también el diablo: «Subiré al cielo, levantaré mi solio sobre los astros de Dios; me sentaré en el monte de la alianza, en las extremidades del aquilón; subiré sobre la altura de las nubes, seré semejante al Altísimo» (Is 14, 13). Mas allí nadie llegó, a no ser Cristo; por eso se dice: «ascendió al cielo, está sentado a la derecha del Padre». «Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha» (Ps 109, 1)

B) La Ascensión de Cristo fue razonable, porque fue a los cielos. Y esto por tres motivos.
Primero, porque a Cristo se le debía el cielo por su misma naturaleza. Es natural que cada cosa vuelva al lugar de su origen, y el principio del origen de Cristo está en Dios, que está sobre todas las cosas: «Salí del Padre, y vine al mundo; ahora dejo el mundo y voy al Padre» (Jn 16, 28). «Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo» (Jn 3, 13). También los santos suben al cielo, pero no como Cristo, porque Cristo subió por su propio poder; los santos en cambio, arrastrados por Cristo: «Atráeme en pos de ti» (Cant 1, 3); incluso puede decirse que nadie sube al cielo sino Cristo sólo, porque los santos no ascienden sino en cuanto son miembros de Cristo, que es Cabeza de la Iglesia: «Dondequiera esté el cuerpo, allí se congregarán las águilas» (Mt 24, 28).
Segundo, se le debía a Cristo el cielo por su victoria. Pues Cristo fue enviado al mundo para luchar contra el diablo y lo venció; y por eso mereció ser exaltado sobre todas las cosas: «Yo vencí y me senté con mi Padre en su trono» (Ap 3, 21).
Tercero, le correspondía por su humillación. Ninguna humildad es tan grande como la de Cristo, quien siendo Dios quiso hacerse hombre, y siendo Señor quiso tomar la forma de siervo, haciéndose obediente hasta la muerte, como se dice en Flp 2, y descendió hasta el infierno. Por eso mereció ser exaltado hasta al cielo, a la sede de Dios. Pues la humildad es la vía para la exaltación: «El que se humilla será exaltado» (Lc 14, 11); «el que descendió, es el mismo que ascendió sobre todos los cielos» (Ef 4, 10).

C) En tercer lugar, la ascensión de Cristo fue útil; y esto en tres aspectos.
Primero, como guía: pues ascendió para guiarnos. Nosotros no sabíamos el camino, pero Él nos lo mostró: «Subirá delante de ellos el que les abrirá el camino» (Miq 2, 13). Y para darnos la certeza de la posesión del reino celeste: «Voy a prepararos un lugar» (Jn 14,2).
Segundo, para asegurarnos esta posesión, puesto que subió para interceder por nosotros: «Accediendo por sí mismo hasta Dios, siempre vivo para interceder por nosotros» (Heb 7, 25); «tenemos un abogado ante el Padre, Jesucristo» (1 Jn 2,1).
Tercero, para atraer hacia sí nuestros corazones: «Donde está tu tesoro, allí está también tu corazón» (Mt 6, 21); para que despreciemos las cosas temporales: «Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; estimad los bienes de arriba, no los de la tierra» (Col 3, 1-2)”.

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