lunes, 17 de octubre de 2016

QUE MIS HUESOS SIEMPRE GRITEN: ¡AHÍ ESTÁ JESÚS!

San Manuel González, santo obispo español recientemente canonizado por el Papa Francisco, estuvo poseído de un verdadero delirio de amor por el Tabernáculo, ese pequeño y humilde palacio donde el Verbo hecho carne se digna habitar entre nosotros. Veía con luces divinas qué distinta sería la vida de tantos fieles, sacerdotes y laicos, si comprendieran en profundidad las riquezas que se encierran en el Sagrario.
Hasta tal punto quiso ser pregonero de la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, que pidió ser sepultado junto a un Sagrario «para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: “¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!”».

En un pequeño libro, pensado como un conjunto de confidencias entrañables que Jesús dirige desde el Sagrario a sus sacerdotes, Don Manuel pone en labios del Maestro estas palabras:

«Déjame que preceda a nuestra conversación una queja que tengo de muchos de mis sacerdotes.
¡Los veo muy poco por mis sagrarios!
Los veo en las bibliotecas y en las aulas aprendiéndome, en los púlpitos y en la propaganda enseñándome, los veo en diversidad de lugares haciendo mis veces, los veo también ¡qué pena!, en lugares en los que ni tienen que aprenderme, ni hacer nada por Mí... y, sin embargo, por mis Sagrarios, ¡los veo tan poco! y a ¡tan pocos!
¿Verdad que tengo motivos para quejarme?

¡Si scires…!

¡Si supieras, Sacerdote mío, lo que se aprende leyendo libros, estudiando cuestiones, examinando dificultades a la luz de la lámpara de mi Sagrario!
¡Si supieras la diferencia que hay entre sabios de biblioteca y sabios de Sagrario!
¡Si supieras todo lo que un rato de Sagrario da de luz a una inteligencia, de calor a un corazón, de aliento a un alma, de suavidad y fruto a una Obra!...
¡Si supieras tú y todos mis Sacerdotes el valor que para estar de pie junto a todas las cruces infunde ese rato de rodillas ante mi Sagrario!...
¡Ah! Si se supiera prácticamente todo esto, ¿cómo se verían mis sagrarios tan vacíos de Sacerdotes y en cambio tan llenos los círculos de recreos, los paseos públicos, y alguna vez... hasta los cafés, cines y teatros?
¡Si supieran! ¡Si supieran!» (San Manuel González G., El Corazón de Jesús al corazón del sacerdote).

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