domingo, 6 de noviembre de 2016

YO SOY EL PRIMERO QUE ALABA A DIOS


Oda al gallo es el título de un hermoso poema de Pablo Neruda. Con su genial maestría verbal y su talento lleno de musicalidad en el uso del lenguaje, el poeta canta así las virtudes de esta simpática y campestre ave de corral:

«Vi un gallo
de plumaje
castellano:
de tela negra y blanca
cortaron
su camisa,
sus pantalones cortos
y las plumas arqueadas
de su cola.
Sus patas enfundadas
en botas amarillas
dejaban
brillar los espolones
desafiantes
y arriba
la soberbia
cabeza
coronada
de sangre
mantenía
toda aquella apostura:
la estatua
del orgullo.
Nunca
sobre la tierra
vi tal seguridad,
tal gallardía:
era
como si el fuego
enarbolara
la precisión final
de su hermosura:
dos oscuros
destellos
de azabache
eran
apenas
los desdeñosos ojos
del gallo
que caminaba como si danzara
pisando casi sin tocar la tierra.

Pero apenas
un grano
de maíz, un fragmento
de pan vieron sus ojos
los levantó en el pico
como un joyero
eleva
con dedos delicados un diamante,
luego
llamó con guturales oratorias
a sus gallinas
y desde lo alto dejó caer
el alimento.

Presidente no he visto
con galones y estrellas
adornado
como este
gallo
repartiendo
trigo,
ni he visto
inaccesible
tenor
como este puro
protagonista de oro
que desde
el trono central de su universo
protegió  a las mujeres
de su tribu
sin dejarse en la boca
sino orgullo,
mirando a todos lados,
buscando
el alimento
de la tierra
sólo
para su ávida familia,
dirigiendo los pasos
al sol, a las vertientes,
a otro grano
de trigo.

Tu dignidad de torre,
de guerrero
benigno,
tu himno
hacia las alturas
levantado,
tu rápido amor,
rapto de sombras
emplumadas,
celebro,
gallo
negro y blanco,
erguido,
resumen
de la viril integridad campestre,
padre
del huevo frágil, paladín
de la aurora,
ave de la soberbia,
ave sin nido,
que al hombre
destinó su sacrificio
sin someter
su estirpe,
ni derrumbar su canto.

No necesita vuelo
tu apostura,
mariscal del amor
y meteoro
a tantas excelencias
entregado,
que si esta
oda
cae
al gallinero
la picarás con displicencia suma
y la repartirás a tus gallinas».



Agradecido, aunque no del todo satisfecho por este homenaje que le tributa el hombre, el gallo toma ahora la palabra y nos revela en persona su más noble prerrogativa:

Ego sum primus qui laudat Deum

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