sábado, 30 de diciembre de 2017

MIENTRAS EL MUNDO DORMÍA

«Dum médium siléntium tenérent ómnia, et nox in suo cursu médium iter habéret, omnípotens Sermo tuus, Dómine, de cælis a regálibus sédibus venit» (Sap. 18, 14-15).


«Estando sumergido todo en un profundo silencio y cuando la noche en su carrera había corrido la mitad del camino, Vuestro Verbo omnipotente,  oh Señor, descendió del cielo, de vuestro regio trono».





jueves, 28 de diciembre de 2017

«CAMBIO EN LA RELIGIÓN», UN ENSAYO CLARIFICADOR (1ª PARTE)


Transcribo a continuación un sugerente ensayo del destacado historiador chileno Mario Góngora (1915-1985). Este ensayo, junto a otros como «Historia y Aggiornamento» o «Sobre la descomposición de la conciencia histórica del catolicismo», constituyen un interesante análisis de los cambios ocurridos en la religión durante las tormentosas décadas que siguieron al Concilio Vaticano II. Consciente de estar viviendo un momento que define «como un inmenso tiempo de confusión», Góngora intenta determinar las causas filosóficas e históricas que subyacen al penoso proceso de descomposición que describe. Muchas de sus reflexiones resultan de evidente actualidad. Se trata de una crisis de imprevisible salida, «un drama histórico espiritual en el cual hay que vivir decidiéndose arriesgada y resueltamente».

CAMBIO EN LA RELIGIÓN*
Por Mario Góngora

            La noción de catolicismo como signo solemne de unidad e inmutabilidad (en oposición a las herejías, que eran «variaciones», según la concepción de Bossuet) ha entrado hoy día en una crisis de inconmensurable profundidad. Todos los esfuerzos por ocultarlo o paliarlo no pasan de ser convencionalismos. Tan sólo permanece inviolado el núcleo de la piedad: la doctrina y el culto han sido sometidos a tales embates que no se puede ya negar seriamente que el Concilio último y sus secuelas han cambiado la religión.
            El siglo se abre con un Papa visionario, Pío X, cuya encíclica de 4 de octubre de 1903 atestigua tan intensamente (y tan insólitamente, dada la tradicional parquedad de Roma en este género) un sentimiento apocalíptico: «Si se piensa en todo el mal que hay en el mundo, es posible preguntarse si el Hijo de Perdición no está ya entre nosotros». Pío X veía pues como posible que la Apostasía y el Hijo de Perdición de que habla San Pablo como signos escatológicos, estuviesen ya inminentes.
            Sesenta años después, en 1962, al inaugurar Juan XXIII el Concilio Vaticano II, dirá en cambio: «En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral, llegan a veces a nuestro oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que, aunque con celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida.
Tales son quienes en los tiempos modernos no ven otras cosa que prevaricación y ruina…»
Mas, nos parece necesario decir que disentimos de esos profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos, como si fuese inminente el fin de los tiempos. En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un nuevo orden de relaciones de humanas, es preciso reconocer los arcanos designios de la Providencia divina, que a través de los acontecimientos y de las mismas obras de los hombres, muchas veces sin que ellos lo esperen, se llevan a término, haciendo que todo, incluso las adversidades humanas, redunden en bien para la Iglesia».
La contraposición de ambas perspectivas históricas es el mejor indicio del antagonismo de constelaciones espirituales globales. Al texto de Pío X, transido de apocalipticismo, corresponde una Iglesia que se sabía atacada desde afuera y minada por dentro. En este último sentido, Pío X intentó con todas sus fuerzas atajar el Modernismo eclesiástico (fundamentalmente, un afán de introducir el método crítico de la historiografía y filología profanas en la exégesis bíblica, y un evolucionismo inmanentista en la Dogmática, aparte naturalmente de la actitud general denotada por el mismo nombre del movimiento). Pero tuvo un éxito muy breve: un observador laico como Bernanos anunciaba ya en 1926 la avanzada de «los furrieles del Modernismo» dentro del clero francés.
A la Iglesia concebida por Pío X que procuraba con todas sus fuerzas preservar su individualidad, ha sucedido, tras el Concilio, una Iglesia que, como reza el slogan, procura «abrirse al mundo», fundirse con el resto de las  comuniones cristianas; si fuere posible, con las no cristianas; y todavía con mayor anhelo, participar de las esperanzas de los grandes movimientos secularistas contemporáneos (pacifismo, democratismo, socialismo, comunismo, anarquismo, etc.). De otro lado, este progresismo católico quiere presentarse como un retorno arqueológico al Cristianismo primitivo, saltando por encima de las generaciones de la Historia eclesiástica. Sin embargo, «el Mundo» no era una dimensión valorada en forma precisamente positiva en el Nuevo Testamento: Juan, el discípulo que Jesús amaba, dedica todo un capítulo de su primera Epístola a la contraposición de Dios y del Mundo; Jesús mismo dice en un pasaje que no ruega Él por el Mundo. En cuanto a «los profetas de calamidades» desestimados por Juan XXIII convendría traer a la memoria, fuera del Apocalipsis mismo, los numerosos textos de contenido apocalíptico que se encuentran en los Evangelios y Epístolas. El cristianismo primitivo distaba mucho de corresponder a la imagen idílico-naturalista de la interpretación liberal: podría calificarse de «optimista» en vistas de la Parousia, pero no en absoluto de su propio tiempo. Los textos que lo confirmarían son innumerables.
Se podría decir que esta caracterización de la Iglesia «Postconciliar» es demasiado simplista, y está trazada a un nivel de masas, más que del pensamiento de teólogos o exégetas (al menos de los que rehúyen la popularidad). Naturalmente. Pero resultaría muy difícil negar que las tesis condenadas en los dos grandes documentos antimodernistas de Pío X se ven hoy muy difundidas en la literatura eclesiástica de todos los niveles. Y sobre todo, dado el predominio de la «Ilustración de Masas», los slogans son más fuertes que concepciones individuales de los teólogos. Particularmente notorio es el sello de esa «Ilustración de Masas» (tomando  aquí la palabra «Ilustración» en su sentido histórico-espiritual, Aufklärung) en el resentimiento de gran parte del clero contra la historia de la Iglesia, su demostrativo afán de renegar, por ejemplo, de las devociones, imágenes y formas diversas de lo sagrado. Aparte del resentimiento, comparece allí el afán de complacer a las masas, sin saber adivinar que en el fondo de la psicología colectiva hay arquetipos insondables, que resisten a toda esa tentativa racionalista. El llamado «espíritu del Concilio», a este nivel clerical, viene a ser como una resurrección de los Iconoclastas, es un odio a todo lo que «tenía forma» dentro de la vieja Iglesia. Sin embargo, la piedad cristiana ha sido más tenaz de lo que aquella mentalidad «ilustrada» presuponía.
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*Este ensayo fue publicado originalmente en la Revista «Vigilia», año I, vol. I, n° 3, Santiago de Chile, VII-VIII, 1977. Más tarde apareció, junto a otros artículos del autor, en el volumen póstumo: Mario Góngora, Civilización de masas y esperanza. Y otros ensayos, Ed. Vivaria, Santiago de Chile, 1987, p. 135-141. Este último es el texto que ahora reproducimos.


domingo, 24 de diciembre de 2017

UN NIÑO NOS HA NACIDO


«C
risto ha nacido: ¡Glorificadlo! Cristo ha descendido del cielo: ¡Salid a su encuentro! Cristo está en la Tierra: ¡Exaltadlo!...
Yo pregonaré el significado de este día: se encarnó quien era incorpóreo, el Logos toma cuerpo, el invisible es visto, se hace tangible el intangible, comienza  quien está fuera del tiempo. El Hijo de Dios se convierte en Hijo de Hombre». (San Gregorio Nacianceno, En la Natividad del Señor, Homilía 38, 1-2).

jueves, 21 de diciembre de 2017

VEN SEÑOR JESÚS Y NO TARDES


«E
s muy difícil expresar en un sermón la gama de indigencias que nos achacan. Pero pueden reducirse a tres raíces comunes y en cierta manera principales. Ninguno de nosotros puede prescindir de consejo, de ayuda y de protección. Es general de toda la raza humana esta triple miseria… Porque nos dejamos seducir con facilidad; somos débiles en las obras y frágiles parar resistir. Nos falta agudeza de discernimiento entre el bien y el mal y nos engañamos. Si procuramos hacer el bien, desfallecemos. Si intentamos resistir al mal, caemos y nos rendimos.
Por esto necesitamos la venida del Salvador. Es imprescindible, para hombres así embargados, la presencia de Cristo. Y, ¡ojalá venga con tan infinita condescendencia, que more en nosotros por la fe e ilumine nuestra ceguera! Permanezca con nosotros y ayude a nuestra debilidad y que su fuerza proteja y defienda nuestra fragilidad.
Si él está en nosotros,  ¿quién nos podrá engañar? Si él está con nosotros, ¿qué nos será imposible con aquel que nos robustece? Si él está en favor nuestro, ¿quién estará contra nosotros? Es un fiel consejero que no puede engañarse ni engañar. Es el robusto cooperador que  nunca se cansa. Es el eficaz protector que pisotea diestramente al mismo Satanás con nuestros propios pies y desbarata todas sus asechanzas. Es la sabiduría de Dios, siempre dispuesto a instruir a los ignorantes. Es la fuerza de Dios, capaz de alimentar siempre a los lánguidos y librar al que zozobra. Corramos con gran decisión, hermanos míos, hacia este único maestro. Llamemos en toda ocasión a este valiente compañero. Encomendemos nuestras almas a este fiel protector en todo combate. Vino a este mundo para vivir entre los hombres, con los hombres y en favor de los hombres; para iluminar nuestras tinieblas, suavizar nuestras penas y evitar los peligros» (San Bernardo, En el Adviento del Señor, Sermón 7, 1-2).

miércoles, 13 de diciembre de 2017

UN PESEBRE DESAFORTUNADO


C
uando vi las primeras imágenes del pesebre que se instaló este año en la plaza de San Pedro, debo confesar que experimenté un disgusto no menor. Opté por guardar silencio, a la espera de conocer otras opiniones sobre el reciente Belén; temía que mi primera impresión de rechazo y hasta de repugnancia estuviese prejuiciada por mis personales gustos estéticos. Pero una vez que el reconocido corresponsal Edward Pentin ha publicado en su cuenta de twitter algunas fotografías del nuevo pesebre, abriendo así la puerta a comentarios y debates, me he animado a hacer también público mi parecer.
Me sentí aliviado al ver que casi la totalidad de las respuestas al twitter de Pentin eran francamente negativas: horrible; esto no es arte, es una burla a la Natividad de Nuestro Señor; parece profetizar el derrumbe de la Basílica de San Pedro. Otros expresan su sorpresa de modo interrogativo: ¿por qué las figuras tienen un aire deforme y demente?; ¿pero qué diablos es esto?; ¿se trata de una broma? Y no falta quien propone encomendar a los responsables de este Nacimiento y rezar un rosario en desagravio a Nuestra Señora.
No hay que olvidar que los comentarios en twitter suelen ser extremos. Sin embargo, muchas veces recogen esas primeras impresiones espontáneas y poco deliberadas (el motus primo primi, dirían los moralistas) que algunos hechos suscitan en nosotros.
Pues bien, el primer movimiento que causa este presepio no parece nada favorable. Por supuesto que es muy loable la idea de catequizar con imágenes las tradicionales obras de misericordia corporales, y más aún si se hace con la espléndida imaginería napolitana. Pero el Belén no parece ser el marco más adecuado para tal finalidad. No puede permitirse que la centralidad del nacimiento del Dios hecho hombre quede opacada por una multiplicidad de escenas que ni de lejos parecen suscitar sentimientos de caridad o piedad. Y lo más infame es constatar cómo la majestuosa desnudez del Divino Infante se verá afrentada por un hombre desnudo de tinte sensual y exhibicionista. Me apena profundamente la posibilidad de que familias y niños que se acerquen al Belén de San Pedro para rezar, puedan retirarse con un sabor amargo tras contemplar un cadáver, un desnudo o un loco en su mazmorra, que lejos de estar pidiendo sepultura, vestido o visita, parecen reclamar ser retirados cuanto antes de la escena.

Para más detalles y comentarios ver: twitter. Edward Pentin

sábado, 9 de diciembre de 2017

LA INMACULADA EN LA CATEDRAL DE PAMPLONA

U
n amigo, profesor de la Universidad de Navarra, me envía estas fotografías de la Misa tradicional celebrada en el colosal templo de la catedral de Pamplona, con motivo de la reciente festividad de la Inmaculada Concepción. Nos alegra dar noticias de este grupo consolidado de fieles que, con su capellán, contribuyen a la difusión de tan sublime tesoro de la liturgia católica.






jueves, 7 de diciembre de 2017

MARÍA, CAMINO DEL ADVIENTO


«Y
a habéis caído en la cuenta, si no me equivoco, que la Virgen es el camino que recorre el Salvador hasta nosotros. Sale de su seno, como el esposo de la alcoba. Ya conocemos el camino que, como recordáis, empezamos a buscar en el sermón anterior. Ahora tratemos, queridísimos, de seguir la misma ruta ascendente hasta llegar a aquel que por María descendió hasta nosotros. Lleguemos por la Virgen a la gracia de aquel que por la Virgen vino a nuestra miseria.
Llévanos a tu Hijo, dichosa y agraciada, madre de la vida y madre de la salvación. Por ti nos acoja el que por ti se entregó a nosotros. Tu integridad excuse en su presencia la culpa de nuestra corrupción. Y que tu humildad, tan agradable a Dios, obtenga el perdón de nuestra vanidad. Que tu incalculable caridad sepulte el número incontable de nuestros pecados y que tu fecundidad gloriosa nos otorgue la fecundidad de las buenas obras. Señora mediadora y abogada, reconcílianos con tu Hijo. Recomiéndanos y preséntanos a tu Hijo. Por la gracia que recibiste, por el privilegio que mereciste y la misericordia que alumbraste, consíguenos que aquel que por ti se dignó participar de nuestra debilidad y miseria, comparta con nosotros, por tu intercesión, su gloria y felicidad. Cristo Jesús, Señor nuestro, que es bendito sobre todas las cosas y por siempre» (San Bernardo, En el Adviento del Señor, Sermón 2, 5).

domingo, 3 de diciembre de 2017

ADVIENTO, MIRAR AL QUE VIENE

Visitación de Domenico Ghirlandaio (1491) 
Foto wikimedia.org   

«C
uando considero, al celebrar este tiempo de Adviento del Señor, quién es el que viene, me desborda la excelencia de su majestad. Y, si me fijo hacia quienes se dirige, me espanta su gracia incomprensible. Los ángeles no salen de su asombro al verse superiores a aquel que adoran desde siempre y cómo bajan y suben, a la vista de todos, en torno al Hijo el hombre. Al considerar el motivo de su venida, abarco, en cuanto me es posible, la extensión sin límites de la caridad. Y cuando me fijo en las circunstancias, comprendo la elevación de la vida humana. Viene el Creador y Señor del mundo, viene a los hombres. Viene por los hombres. Viene el hombre.
Alguien dirá: ¿Cómo puede hablarse de la venida de quien siempre ha estado en todas partes? Estaba en el mundo, y aunque el mundo lo hizo él, el mundo no lo conoció. El Adviento no es una llegada de quien ya estaba presente; es la aparición de quien permanecía oculto. Se revistió de la condición humana para que a través de ella fuera posible conocer al que habita en una luz inaccesible. No desdice de la majestad aparecer en aquella misma semejanza suya que había creado desde el principio. Tampoco es  indigno de Dios manifestarse en su propia imagen a quienes resulta inaccesible su identidad. El que había creado al hombre a su imagen y semejanza, se hizo hombre para darse a conocer a los hombres» (San Bernardo, En el Adviento del Señor, Sermón 3, 1).

jueves, 30 de noviembre de 2017

¡OH CRUZ DICHOSA! LA PASIÓN DE ANDRÉS APÓSTOL


A continuación un extracto de la catequesis de Benedicto XVI sobre el apóstol Andrés.

«Una tradición sucesiva, a la que he aludido, narra la muerte de Andrés en Patrás, donde también él sufrió el suplicio de la crucifixión. Ahora bien, en aquel momento supremo, como su hermano Pedro, pidió ser colocado en una cruz distinta de la de Jesús. En su caso se trató de una cruz en forma de aspa, es decir, con los dos maderos cruzados en diagonal, que por eso se llama ‘cruz de san Andrés’.
Según un relato antiguo —inicios del siglo VI—, titulado ‘Pasión de Andrés’, en esa ocasión el Apóstol habría pronunciado las siguientes palabras:  ‘¡Salve, oh Cruz, inaugurada por medio del cuerpo de Cristo, que te has convertido en adorno de sus miembros, como si fueran perlas preciosas! Antes de que el Señor subiera a ti, provocabas un miedo terreno. Ahora, en cambio, dotada de un amor celestial, te has convertido en un don. Los creyentes saben cuánta alegría posees, cuántos regalos tienes preparados. Por tanto, seguro y lleno de alegría, vengo a ti para que también tú me recibas exultante como discípulo de quien fue colgado de ti... ¡Oh cruz bienaventurada, que recibiste la majestad y la belleza de los miembros del Señor!... Tómame y llévame lejos de los hombres y entrégame a mi Maestro para que a través de ti me reciba quien por medio de ti me redimió. ¡Salve, oh cruz! Sí, verdaderamente, ¡salve!’.

Como se puede ver, hay aquí una espiritualidad cristiana muy profunda que, en vez de considerar la cruz como un instrumento de tortura, la ve como el medio incomparable para asemejarse plenamente al Redentor, grano de trigo que cayó en tierra.

Debemos aprender aquí una lección muy importante: nuestras cruces adquieren valor si las consideramos y aceptamos como parte de la cruz de Cristo, si las toca el reflejo de su luz. Sólo gracias a esa cruz también nuestros sufrimientos quedan ennoblecidos y adquieren su verdadero sentido». (Benedicto XVI, Audiencia General, Miércoles 14 de junio de 2006)

lunes, 27 de noviembre de 2017

DIEZ FRUTOS SABROSOS DE SUMMORUM PONTIFICUM

C
on ocasión del décimo aniversario de Summorum Pontificum,  Dom Mark Kirby, OSB, prior del Silverstone Priory (Irlanda), publicó un valioso testimonio sobre los frutos que el motu proprio ha dejado en su vida y en la de su comunidad monástica.
Para Dom Mark, Summorum Pontificum «es el regalo más grandioso del Papa Benedicto XVI a la Iglesia». Algunos comenta recibieron el regalo con alegría y gratitud e inmediatamente comenzaron a sacarle provecho; otros, lo miraron con recelo y desconfianza; otros, han permanecido ignorantes del obsequio, no obstante la década transcurrida. Para él, sin embargo, ha sido una puerta abierta a horizontes litúrgicos hasta entonces insospechados. Desde su personal contexto de vida conventual, Dom Mark menciona 10 frutos que ha saboreado durante estos años de vida de Summorum Pontíficum:

1. Una manifestación más clara de la sagrada liturgia como obra de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, y Mediador.

2. La apertura, para muchas almas, de un puente seguro entre celebración y contemplación.

3. Una transmisión serena y lúcida de la doctrina de la fe.

4. Una apreciación renovada del vínculo entre culto y cultura. 

5. La afirmación de la primacía de la adoración (latría) en la vida de la Iglesia, conforme al principio de San Benito de que «nada debe anteponerse a la obra de Dios» (Regla, Capítulo XLIII).

6. Estímulo a la recuperación y renovación de la vida monástica benedictina en el corazón de la Iglesia.

7. Alegría y belleza traídas a la vida familiar católica. 

8. Una renovación de la verdadera piedad sacerdotal.

9. El nacimiento de nuevas expresiones de vida consagrada que encuentran su fuente y cumbre en la liturgia tradicional, la Santa Misa y el Oficio Divino. 

10. Una efusión de esperanza y, para los jóvenes, la experiencia de una belleza que vuelve la santidad de vida más encantadora y atractiva.

jueves, 23 de noviembre de 2017

AFECTO EUCARÍSTICO


«Inveni, quem diligit anima mea, 
tenui eum, nec dimittam»
(Cant 3, 4)

 «Hallé al amado de mi alma, 
le así fuertemente y no lo soltaré»

miércoles, 15 de noviembre de 2017

LA MAJESTUOSIDAD DE UNA RÚBRICA

 

En la Forma Extraordinaria del Rito Romano, concluido el prefacio con el rezo del Sanctus, nos topamos con una solemne rúbrica que señala los gestos con que el sacerdote debe comenzar la recitación silenciosa del Canon. Dice así:
Sacerdos extendens, elevans aliquantulum et jungens manus, elevansque ad cælum oculos, et statim demittens, profunde inclinatus ante Altare, manibus super eo positis, dicit secreto:
Te ígitur, clementíssime Pater…

El sacerdote, extendiendo y elevando un poco sus manos para luego unirlas, junto con elevar sus ojos al cielo para bajarlos de inmediato, profundamente inclinado ante el Altar y con las manos puestas sobre él, dice en secreto:
A Ti, pues, Padre clementísimo…


Es imposible imaginar una gestualidad tan sencilla y al mismo tiempo tan llena de sacralidad. Una bella sincronía de movimientos, cada uno cargado de sentido, parece elevar hacia lo alto el ser entero del celebrante, para luego abatirlo en humilde reverencia sobre el altar, símbolo de Cristo, que besa con santa unción. Súplica, estupor, adoración, amor filial, oración silenciosa y recogida, se dan cita para acompañar al sacerdote en su entrada regia al Sancta Sanctorum de la Misa. Nada de esto ha permanecido en el Novus Ordo. El celebrante inicia la Plegaria Eucarística como si se tratara de una oración más de la misa; entra en el Sancta Sanctorum del Canon «como Pedro por su casa», como dice el adagio popular, incluso hasta cantando. Triste.

sábado, 11 de noviembre de 2017

¿RECUERDO O PRESAGIO? QUIZÁ AMBAS COSAS


Releo con emoción un pasaje del libro Dios o nada del Cardenal Sarah. Se trata del último párrafo con el que su Eminencia concluye los recuerdos de la visita de San Juan Pablo II a su tierra natal de Guinea, en febrero de 1992. La escena tiene lugar en los jardines del arzobispado de Conakri, la noche antes de la partida del Pontífice, junto a una gruta de Nuestra Señora de Lourdes.
«Después de coronar la imagen de la Santísima virgen, el Papa se arrodilló y permaneció recogido un buen rato. La profundidad y la duración de su oración, interminable, impactaron a los fieles allí reunidos. Después se levantó y, dirigiéndose lentamente hacia mí, depositó la hermosa estola que llevaba sobre mis hombros. Sentí una profunda emoción, sin entender el motivo de su gesto, que no estaba previsto. Al subir hacia la residencia, me abrazó y me dijo con rotundidad: ‘Ha sido un bonito final’» (Card. Robert Sarah, Dios o nada, Madrid 2015, p. 84).
Su lectura me evoca inmediatamente un suceso similar ocurrido entre Pablo VI y el entonces Patriarca de Venecia, Cardenal Albino Luciani, luego Juan Pablo I. El mismo Venerable Pontífice lo contó en su primer Angelus, cuando explicó a los fieles allí congregados el porqué de su nombre Juan Pablo: 

«Ayer por la mañana, fui a la Sixtina a votar tranquilamente. Nunca habría imaginado lo que iba a suceder. Apenas comenzó el peligro para mí, los dos colegas que tenía al lado me susurraron palabras de ánimo. Uno me dijo: ‘ánimo, si el Señor da un peso, dará también las fuerzas para llevarlo’. Y el otro compañero: ‘no tenga miedo, en el mundo entero hay mucha gente que reza por el nuevo Papa’. Al llegar el momento, he aceptado.
Después vino la cuestión del nombre, porque preguntan también qué nombre se quiere tomar, y yo había pensado poco en ello. Hice este razonamiento: el Papa Juan quiso consagrarme él personalmente aquí, en la basílica de San Pedro. Después, aunque indignamente, en Venecia le he sucedido en la cátedra de San Marcos, en esa Venecia que todavía está completamente llena del Papa Juan. Lo recuerdan los gondoleros, las religiosas, todos. Pero el Papa Pablo, no sólo me ha hecho cardenal, sino que algunos meses antes, sobre el estrado de la plaza de San Marcos, me hizo poner completamente colorado ante veinte mil personas, porque se quitó la estola y me la puso sobre los hombros. Jamás me he puesto tan rojo. Por otra parte, en quince años de pontificado, este Papa ha demostrado, no sólo a mí, sino a todo el mundo, cómo se ama, cómo se sirve y cómo se trabaja y se sufre por la Iglesia de Cristo. Por estas razones dije: me llamaré Juan Pablo. (Angelus, domingo 27 de agosto de 1978. Cf. vatican.va).

sábado, 4 de noviembre de 2017

¿YOGA? ¿ZEN? NO GRACIAS, PREFIERO EL ROSARIO Y EL VIA CRUCIS

Una tara característica de la Iglesia postconciliar ha consistido en salir a buscar fuera, como mendiga ingrata, lo que en ella ya se contenía de modo sublime y eminente. Un ejemplo típico de este fenómeno es la extraña afición por las prácticas religiosas asiáticas que se ha difundido en ámbitos católicos. Luminoso al respecto es el siguiente texto del Cardenal Ratzinger:  

«Quisiera mencionar dos de las más ricas y profundas oraciones de la cristiandad, que introducen de un modo siempre nuevo en la corriente de la oración eucarística: el Via Crucis y el Santo Rosario. El que hoy nos entreguemos tan rendidamente a las promesas de las prácticas religiosas asiáticas o aparentemente asiáticas se debe a que las hemos olvidado. El Santo Rosario no exige una conciencia esforzada, cuyas exigencias haga imposible practicarlo con frecuencia, sino introducirse en el ritmo del silencio que nos tranquiliza sin violencia y da un nombre al sosiego: Jesús, el fruto bendito de María. María, que ha escondido la palabra viva en el silencio atesorado en su corazón, es el modelo permanente de la verdadera vida religiosa: la estrella que alumbra incluso el cielo caliginoso y nos indica el camino. ¡Ojalá que ella, la Madre de la Iglesia, nos ayude a cumplir cada vez mejor la suprema misión de la Iglesia: la glorificación del Dios vivo del que viene la salvación de los hombres!» (Joseph Card. Ratzinger, Cooperadores de la Verdad, Ed. Rialp, Madrid 1991, p. 386)

jueves, 2 de noviembre de 2017

EL RECUERDO DE LOS DIFUNTOS

«Sancta ergo et salubris cogitatio pro defunctis exorare
ut a peccato solverentur»
(Obra santa y piadosa es orar por los difuntos
para que sean absueltos de sus pecados)
(II Mac, 12, 46)

Acuérdate también, Señor,
de tus hijos N. y N.,
que nos han precedido con el signo de la fe
y duermen ya el sueño de la paz.
A ellos, Señor, y a cuantos descansan en Cristo,
concédeles el lugar del consuelo,
de la luz y de la paz.
Por Cristo, nuestro Señor.
Amén.
(Canon Romano)

domingo, 29 de octubre de 2017

SIMÓN, EL FANÁTICO

A
yer, fiesta de los santos Apóstoles Simón y Judas, leyendo el evangelio del día en un misal de fieles con textos aprobados por la Conferencia Episcopal Mexicana, no he podido evitar soltar una carcajada; al mencionar el nombre de los doce apóstoles elegidos por Jesús, al pobre Simón lo apodan «el Fanático», en vez de la expresión más común en las traducciones castellanas «llamado el Celador» o simplemente «llamado Zelotes» (qui vocatur Zelotes). Si bien los zelotes formaban un movimiento religioso radical en aquella época, desconocemos la razón exacta de este sobrenombre atribuido a Simón. En la catequesis que Benedicto XVI dedicó a los apóstoles Simón y Judas, leemos lo siguiente: «Simón recibe un epíteto diferente en las cuatro listas: mientras Mateo y Marcos lo llaman "Cananeo", Lucas en cambio lo define ‘Zelotes’. En realidad, los dos calificativos son equivalentes, pues significan lo mismo: en hebreo, el verbo qanà' significa ‘ser celoso, apasionado’ y se puede aplicar tanto a Dios, en cuanto que es celoso del pueblo que eligió (cf. Ex 20, 5), como a los hombres que tienen celo ardiente por servir al Dios único con plena entrega, como Elías (cf. 1 R 19, 10).
Por tanto, es muy posible que este Simón, si no pertenecía propiamente al movimiento nacionalista de los zelotes, al menos se distinguiera por un celo ardiente por la identidad judía y, consiguientemente, por Dios, por su pueblo y por la Ley divina» (Audiencia del 11 de octubre de 2006).

La traducción mexicana «llamado el Fanático», aparte de ser algo burda, se presta para interpretaciones muy dispares e incluso negativas sobre el apóstol elegido. Si hoy Simón es llamado «el Fanático», mañana podría ser llamado «el Rígido», o incluso «el Guerrillero». Aunque se trate de un pequeño y hasta insignificante episodio, lo recojo sin embargo como botón de muestra para justificar el temor que a no pocos ocasiona la idea de abandonar las traducciones litúrgicas casi exclusivamente en manos de los episcopados nacionales. Los obispos apenas conocen ya las lenguas clásicas y, por lo mismo, son muy vulnerables frente a los criterios de los «expertos liturgistas» que giran en torno a las conferencias episcopales, arrastrando muchas veces cargas ideológicas evidentes. El peligro de manipulación de la fe que puede llevarse a cabo por medio de las traducciones no es menor. Se comprende entonces que el Cardenal Sarah quiera defender la autoridad de la Sede Apostólica como instancia última de aprobación de las traducciones litúrgicas: lo exige la unidad y universalidad de la fe. Además, garantiza un mínimo de elegancia y competencia lingüística frente a regionalismos grotescos. 
En cualquier caso, los obispos mexicanos en algo llevan razón: Simón y sus compañeros fueron, por gracia de Dios, verdaderos «fanáticos» de Jesucristo.

jueves, 26 de octubre de 2017

SANO ESCEPTICISMO


¿Para qué engañarnos? –La ciencia no ha contestado ni una sola pregunta importante.

«Tener fe en el hombre» no alcanza a ser blasfemia, es otra bobería más.

El moderno cree vivir en un pluralismo de opiniones, cuando lo que hoy impera es una unanimidad asfixiante.

(Nicolás Gómez Dávila)

lunes, 23 de octubre de 2017

MÁXIMAS DE AMOR A DIOS

Cristo de los Cálices, Sevilla. Foto: wikimedia

«¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!» (San Agustín)

«Me hubiese gustado ser tuyo desde el primer momento: desde el primer latido de mi corazón, desde el primer instante en que la razón mía comenzó a ejercitarse» (San Josemaría Escrivá)

«El Maestro me urge a separarme de todo lo que no sea Él» (Santa Isabel de Trinidad)

«No hay nada que obre la verdadera vida divina en nosotros como el unirse a la flaqueza divina de Jesús» (Beato Columba Marmión)

«Mi mayor contento, oh mi amado Redentor, es saber que vuestra felicidad es infinita» (San Alfonso María de Ligorio)

«El aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho» (Santa Teresa de Jesús)

jueves, 19 de octubre de 2017

MARTIN MOSEBACH, LA MISA TRADICIONAL ME DEVOLVIÓ A LA IGLESIA

El Cardenal Müller conversa con Martin Mosebach. 
Foto: Present

El pasado 13 de octubre, el periódico católico francés Présent ha publicado una entrevista al conocido escritor alemán Martin Mosebach con ocasión del Congreso Summorum Pontificum realizado en Roma, el pasado mes de septiembre, para celebrar los 10 años de este importante documento de Benedicto XVI. Las intuiciones siempre vivas y sugerentes del literato alemán, ameritan su publicación en español.

Fuente: present.fr
Texto recogido en tradinews
Traducción a cargo del blog

Entrevista con Martin Mosebach: un gran defensor de la liturgia tradicional.

Martin Mosebach es un famoso escritor alemán, conocido a la vez como novelista, guionista, dramaturgo, ensayista y poeta. En el año 2007 ganó el Premio Georg-Büchner, uno de los premios literarios más prestigiosos del país. Sus artículos sobre su descubrimiento y defensa de la liturgia tradicional han causado algún revuelo, y su voz no puede ser ignorada. Fue uno de los ponentes en el Coloquio del 14 de septiembre en Roma con ocasión de la peregrinación de Summorum Pontificum

¿Cuál ha sido el papel que ha jugado el descubrimiento de la liturgia católica tradicional en el crecimiento de su fe católica?

Es el descubrimiento de la liturgia tradicional lo que me devolvió a la Iglesia. Yo no soy un teórico ni un filósofo, sino más bien una persona práctica: la liturgia tradicional fue para mí la forma visible de la Iglesia y, por tanto, de la Iglesia misma. La religión de la Encarnación posee un rito de la encarnación. El lado físico del rito me convence porque el Dios de los cristianos se ha hecho carne.   

¿Qué cambiaría hoy a lo dicho en su libro «La liturgia y su enemigo, la herejía de lo informe» publicado (en el caso de la traducción francesa) en 2005?

Después de haber enviado innumerables cartas a Roma, me quedó claro que en el corazón de la Iglesia no había ninguna voluntad decidida de alentar verdaderamente la liturgia tradicional. El papa Juan Pablo II no mostraba mayor interés en la liturgia y el cardenal Ratzinger se topó con una violenta resistencia contra todo lo que quería hacer en el campo de la liturgia. Yo estaba convencido de que escribía por una causa perdida. Por otro lado, hoy la situación de la liturgia se presenta mejor.

En el año 2005, usted escribía en particular que el católico ligado al rito tradicional no tenía «ningún derecho a la esperanza». ¿Lo tiene ahora? ¿Y en qué medida?

Sería poco razonable afirmar que Summorum Pontificum no haya mejorado considerablemente la situación del rito tradicional. La mayor esperanza radica en los jóvenes sacerdotes, mucho más favorables al antiguo rito. Pero no debemos olvidar que el combate está lejos de terminar. La mayoría de los católicos han perdido el sentido litúrgico. Muchos católicos piadosos no comprenden en absoluto el problema de salvaguardar la liturgia tradicional. A esto se añade todavía la habitual incomprensión de una gran parte de los obispos. Mi esperanza se funda en una conversión impredecible de mentalidad; solo ella puede permitir un amplio reconocimiento del rito tradicional.

Estamos celebrando en el 2017 el décimo aniversario del motu proprio de Benedicto XVI, que precisamente ha declarado que el rito tradicional nunca fue prohibido, en contra de lo que afirman muchos sacerdotes e incluso obispos, rito tradicional que el papa ha querido sacar de las catacumbas ¿Pero qué cosa sucede hoy en este campo? ¿En Alemania, por ejemplo?

Hay efectivamente muchos más lugares donde se puede celebrar el rito tradicional, pero son en gran medida insuficientes. Sobre todo, se impide a los sacerdotes diocesanos celebrar el rito tradicional. En las parroquias ordinarias, solo una pequeña parte de los católicos tiene la posibilidad de llegar a conocerlo. El que lo busca puede ahora encontrarlo en Alemania, pero para buscarlo, es necesario conocerlo y la mayoría todavía está muy lejos de esto.

Usted plantea el problema de los cantos interpretados durante la misa en Alemania, que no son muy antiguos (se insertaron para responder al protestantismo). ¿Está de acuerdo en esto con el cardenal Sarah y su alabanza del silencio?

El problema de los cantos consiste, sobre todo, en que ocultan el desarrollo de la liturgia. La liturgia es confusa para los feligreses cuando ellos cantan y el sacerdote está haciendo algo completamente diferente. Se trata de un problema esencialmente alemán, que aún no es demasiado importante; la mayoría de las canciones son muy bellas, pero perturban la liturgia. El elogio del silencio del que ha hablado el Cardenal Sarah creo que se refiere sobre todo al silencio del Canon, que naturalmente no se pronuncia en voz alta.
Mi discurso contra los cantos era sobre todo un discurso en favor del canto gregoriano, un retorno a la música esencial de la Iglesia, una música que es parte integrante de la liturgia y no su mera decoración.

Usted señala que el anti-ritualismo actual se debe más a una debilidad religiosa, a una especie de astenia, que a una pasión religiosa. ¿No es esto peor que cualquier otra cosa?

¡Sí, es mucho más serio! Las antiguas herejías se caracterizaron por una pasión violenta los herejes a menudo estaban dispuestos a arriesgar sus vidas y sus seguidores eran por lo general ascetas; basta pensar en el calvinismo francés. La crisis actual es el resultado de un aburguesamiento de la Iglesia y propaga además una mediocridad burguesa. Su fruto es la herejía del indiferentismo. 

Hoy, en Roma, en septiembre del 2017, con ocasión de este aniversario del motu proprio Summorum Pontificum, ¿no vemos «a estos sacerdotes y monjes inflexibles que ahora mantienen viva la tradición con su resistencia, para que un día no tenga que ser reconstruida de manera libresca (teórica)» como eran sus deseos?

Efectivamente, forma parte de la gran dicha de este coloquio romano ver cómo un buen número de jóvenes sacerdotes y monjes están listos para tomar la antorcha. En relación al número total de católicos en el mundo, siguen siendo pocos, pero sin embargo suficientes para mantener viva la cuestión del rito. También es una ventaja especial que hoy existan muchas comunidades espirituales de carácter muy diverso que se esfuerzan por mantener el rito tradicional; es algo verdaderamente católico y muestra que el rito tiene su lugar en todas las formas imaginables de espiritualidad.