jueves, 7 de septiembre de 2017

UNA EMOTIVA PRUEBA LITÚRGICA

Un profesor de religión, buen conocedor de la liturgia tradicional y de la música sacra, nos ofrece este emotivo relato testimonial, con toda su frescura de lo realmente vivido, sobre sus experiencias pedagógicas en materia de devoción y liturgia con niños de educación básica. Resulta esperanzador comprobar cómo a base de pequeños gestos se puede superar esa banalidad característica de nuestras liturgias juveniles. La experiencia infantil de lo sagrado, sin afectación ni artificiosidad alguna, expresada con la sencillez propia del alma infantil, se convierte muchas veces en lección madura para adultos y expertos.

 Nada más que un experimento (pero nada menos)

   Hago clases de religión a niños de 11 años en un colegio de hombres con formación católica. El colegio es bastante nuevo, lo que obviamente presenta ventajas y desventajas. Pero si hay algo positivo y desafiante que puedo rescatar, es que “está todo por hacer”, como me dijo la persona que me acercó a la institución. Y una de esas cosas por hacer es la Sagrada Liturgia y el estilo que va a ir adoptando el colegio a ese respecto. Con las riquezas que encierra el Misal Tradicional, consideraría una pena que por lo menos de vez en cuando no se celebrara la Santa Misa de acuerdo a dicho rito. Aunque por ahora no hemos llegado tan lejos, desde que trabajo en ese lugar he podido contribuir modestamente con algunos cambios que han ido siendo aceptados. «¿Por qué no dejamos los reclinatorios del oratorio siempre abajo? Será más evidente para los niños que delante de Jesucristo Sacramentado nuestra primera postura física ha de ser la de estar de rodillas», el director me miró pensativo y, después de unos segundos, me dio la razón. Primer triunfo. Después de esto, pensé, voy por algo más grande. «¿Qué tal si de vez en cuando aprovechamos que los reclinatorios de la primera fila se pueden separar individualmente y los ponemos como comulgatorios, para ayudar a mantener viva la piedad eucarística de los alumnos e intentar mitigar un poco los efectos negativos que producen en ellos los abusos con que es tratada la Eucaristía, a los que seguramente están expuestos?». Yo sabía que para él no era una pregunta fácil. «Lo voy a hablar con el capellán», me dijo el director. Nunca supe qué opinó el capellán del colegio, pero a las dos semanas de mi propuesta se instauró por primera vez esta práctica tan antigua y sencilla: la comunión de rodillas. No se hace diariamente, pero al menos una o dos veces por semana. Algo es algo. Para algunos podría parecer una pérdida de tiempo o una rigidez sin sentido, pero yo prefiero quedarme con la frase que me dijo uno de mis alumnos después de comulgar de esta manera: «Tiene mucho más sentido hacerlo así, profesor. ¡Aparte me acordé de mi Primera Comunión! ¿Va a ser siempre así de ahora en adelante?».

   A pesar del empeño que intento poner por recuperar estos «detalles», en el estado actual de las cosas, cuando el Rito Tradicional ha pasado a ser una pieza de museo en Chile, a veces me entra una cierta duda o inseguridad sobre si será normal tener una pasión tan personal y tan poco común por la Sagrada Liturgia y en especial por la Santa Misa en su Forma Extraordinaria. Algunos amigos se ríen de mí, diciéndome que ni siquiera los curas tienen una preocupación tan grande por estas cosas. Así fue como pensando en esto el otro día, mientras preparaba una prueba para mi curso, decidí agregar una «pregunta bonus» que no era obligatorio responder, pero que daba 5 décimas al que la respondía correctamente. Mis alumnos no lo sabían, pero mi propósito era descubrir en su inocencia si el sentido común de la Iglesia sigue brillando a pesar de que muchos lo quieren apagar desde hace años. La pregunta era la siguiente: «¿Por qué crees que la Iglesia celebró durante tantos siglos la Misa de espaldas al pueblo, con el sacerdote mirando hacia el Sagrario y la Cruz?». Había un espacio de cuatro líneas para responder. Mientras les repartía las pruebas, pensé que era muy difícil que me dieran respuestas coherentes. Pero yo no soy niño, y mucho menos inocente, así que me equivoqué, y mi sorpresa fue grande al ver que la gran mayoría del curso (unos 25 de un total de 34) respondió la «pregunta bonus». Y dentro de este gran porcentaje, otro altísimo número (unos 20) me dio una respuesta llena de sentido y en consonancia con lo que la Iglesia ha expresado desde tiempos inmemoriales con esta orientación.

   Copio textualmente (incluidos los errores de ortografía, que por esta vez pasé por alto) algunas de las respuestas más notables:

   «porque pensaban que era mala educacion darle la espalda a Dios, porque Dios es mas importante que todo el pueblo».

   «Para no darle la espalda a Jesús»

   «Porque es una ofensa darle la espalda a Jesucristo (…) y además asi el padre tenia menos distracciones».

   «Porque yo creo que creían que la Misa era para Dios y no para el pueblo».

   «Porque lo más importante de la Misa es Dios no las personas»

   «El sacerdote esta mirando a la Cruz y al sagrario, porque ahí es el centro de la Misa y el se está ofreciendo y hay que agradecerlo».

   «Para darle toda su atencion a Dios»

   «porque jesus era mas importante»

   «porque le hablaba a Dios»

   «Porque así miran a Dios».

   «porque el padre miraba a Jesus»

   Alguno pensará sin decírmelo (recordemos que estamos en Chile): «Lavado de cerebro o trampa; ¡seguramente en alguna clase les enseñó esta estupidez pasada de moda!». Mi respuesta es que se equivocan. Ni media palabra. De hecho, los únicos contenidos sobre la Misa que hemos visto hasta ahora se limitan a una clase y vamos avanzando recién en preguntas y respuestas de Catecismo sobre las cosas más fundamentales del Santísimo Sacramento. A quienes destronaron a Cristo de la Santa Misa, a mí mismo y a los amantes de la Tradición que a veces como yo se desaniman en el camino, vayan las palabras del único capaz de guiar a buen puerto a Su Iglesia:
   «Dejad que los niños vengan a mí y no se lo impidáis; porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acoja el Reino de Dios como un niño no entrará en él» (Lc 18, 16-17).

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